Dónde colocar la decepción: esa es una buena pregunta.

Como todos los años, mi madre me preguntó qué quería por mi cumpleaños, y a lo que siempre respondo que ya tengo todo lo que necesito. También me dijo que me lo pensase y entonces caí en la cuenta de que este año, a tres días de cumplir los veintisiete, saldría la entrevista entera que le hicieron a Susan Sontag para los Rolling Stone. La misma semana que me llegó el libro, también encontraría las cartas que mi madre y yo nos hemos estado escribiendo desde que somos madre e hija.

Cuando empecé el proyecto con mi madre fue a raíz de un sentimiento de sentir no vivir la vida que a una le pertenece, la necesidad de una aprobación. En este tiempo hemos sabido convivir en un mismo espacio, y no sólo eso, hemos establecido nuestro propio diálogo. En ese dialogo existe un miedo al fracaso, a perder. A perder el qué, no lo sé. Pero es tan esencial que nos enseñen a gestionar la pérdida como mirar a los ojos a la muerte, pero esa es otra cuestión que no viene al caso.

Sería en una de las cartas donde encontraría el punctum. En dicha carta recalcaba que siempre estaría orgullosa de mí. Ya no sólo me vendría a la mente dicha frustración de no conseguir una aprobación por el mero hecho de no vivir la vida que una desea, sino además el temor a equivocarte, a tener que hacerlo todo bien, ya que para ellas somos perfectas. No importa lo que hagamos, nos van a querer ante cualquier adversidad y decisión, por equívoca que sea, pero con la presión de que cuando lleguen a su lecho de muerte, nuestra vida esté solucionada. Es entonces cuando te percatas de que es imposible salvarse de todo sentimiento de decepción.

Sería a la semana siguiente donde quedaría con un gran amigo, acompañada de una comida, un buen vino y una excelente conversación, como todos los buenos encuentros, y como en todos, acabaríamos siempre de la misma manera: salvando al mundo o salvándonos a nosotros mismos. Es entonces cuando le empiezo a explicar este sentimiento que me ronda al encontrar dichas cartas. Él, como siempre, me mira expectante y en silencio hasta terminar.

– ¿No crees que es maravilloso sentir eso? Eso significa que tienes a alguien a tu lado al que admiras tanto que le temes decepcionar– Me dice.

– Supongo que sí.

Entonces volvemos al arte, a la manera de cómo miramos las cosas y de lo maravilloso que es cumplir años.

No sería hasta días después de nuestro encuentro cuando me veo ante esa imagen, y lo que en su momento me pareció algo instrascendente, empiezo a trasladarlo a lo personal. Pienso en el amor y cómo le acompaña la admiración. Pensé en todas las maneras que me he enamorado, desde el dolor más profundo hasta la más intensa del querer y no poder. Todas ellas coincidian a que ninguna me llevaba a un estado de sentir que temía decepcionar. Por el contrario, recuerdo cuando me enamoré desde la admiración profunda y de como se crea entre ambos una idealización, sólo teniendo un temor: decepcionar. Creo que no hay peor sentimiento que sentir que no llegas a la altura de la persona a la que amas.

Vuelvo a mi madre y misteriosamente, a Sontag y sus palabras: “sé que mucho de lo que pienso es producto de conversaciones (…), y conversar me da la posibilidad de saber qué pienso.

Ahora que creo saber de donde viene este fracaso a decepcionar, me pregunto dónde colocar dicha decepción. Esa sería una buena pregunta. Y es que tal vez, tenga que haber un nuevo encuentro.